Los habitantes de Petrópolis, entre la desesperanza y la solidaridad
Varias familias, algunas con lágrimas en los ojos, descendían el miércoles la colina de Alto da Serra, llevando consigo lo poco que consiguieron salvar de sus casas tras las lluvias torrenciales que golpearon la ciudad turística de Petrópolis, en el sureste de Brasil.
"Es desesperante. Nunca habríamos podido imaginar que aconteciera una cosa así", deplora Elisabeth Lourenço, agarrando dos grandes bolsas en las que metió a toda prisa su ropa mientras desciende la empinada pendiente, resbaladiza por la lluvia.
Como todos los habitantes de su barrio, esta manicurista de 32 años tuvo que abandonar su modesta vivienda ante el temor a nuevos deslizamientos.
"En el peor momento de la lluvia, cayó mucho lodo de lo alto de la colina y las ramas de los árboles cayeron sobre la parte trasera de mi casa", dijo a la AFP.
A unas decenas de metros, el caos. Una enorme área de la colina está cubierta de lodo mezclado con ladrillos y restos de tejados de zinc.
La tragedia dejó al menos 78 muertos y decenas de viviendas destruidas, según un balance realizado el miércoles en la tarde por el gobernador de Rio de Janeiro, Claudio Castro, que puede aumentar a medida que continúan las búsquedas.
Los equipos de rescate están excavando para tratar de encontrar sobrevivientes, mientras los residentes observan la escena, incrédulos, estremeciéndose con cada helicóptero que pasa y que hace un ruido ensordecedor.
"Estaba cenando cuando empezó la tormenta. Mi hermano vino a buscarme y me dijo: 'tenemos que irnos, el cerro se está derrumbando'", explica Jerónimo Leonardo, de 47 años, cuya casa, relativamente conservada, da a la ladera sepultada por el deslizamiento de tierra.
Todos los habitantes de Alto da Serra, un barrio popular construido en la ladera de un cerro a unos veinte minutos del centro histórico, se vieron obligados a desalojar el recinto.
Destino: la iglesia de Santo Antonio, situada a unos diez minutos a pie, en lo alto de otro cerro.
- "Agua hasta la cintura" -
Desde la plaza de esta pequeña iglesia colonial con la fachada de color azul cielo, se puede ver el área devastada por el deslave, a través de la neblina.
Allí acuden decenas de familias desplazadas, cargadas con bolsas, y muchos voluntarios que vienen a traer donaciones.
"Desde el inicio de la tragedia, abrimos las puertas de la parroquia para recibir a los damnificados, (el martes) al final de la tarde. Recibimos alrededor de 150, 200 personas, entre ellas un gran número de niños", explica el padre Celestino, cura de la parroquia.
Detrás de la iglesia, se instalaron colchones en el suelo de la sala principal de la parroquia.
"No he dormido en toda la noche", explica Yasmin Kennia Narciso, una asistente escolar de 26 años que está amamantando a su bebé Luana, de nueve meses, sentada en un colchón.
La joven, que vive con su otra hija de seis años y sus abuelos, no pudo salir de su casa hasta las 11 de la noche.
"Tratamos de salir antes, pero había muchas piedras en medio del camino y todo estaba inundado. Teníamos agua hasta la cintura y tuvimos que esperar a que bajara el nivel", cuenta esta joven, que viste un gorro.
"No tengo noticias de varios vecinos, una señora mayor y sus tres hijos pequeños que vivían unos metros más arriba quedaron soterrados por el lodo".
En las instalaciones de la parroquia logró cambiar los pañales de su hija gracias a las donaciones que llegaron de madrugada.
En la plaza de la iglesia, una docena de voluntarios descargan botellas de agua de una camioneta, mientras otros clasifican ropa.
"¿Me puede dar unos zapatos?", pregunta un niño, descalzo, con la ropa manchada de barro.
Las víctimas han iniciado una larga espera antes de saber si algún día podrán regresar a casa, si es que no ha quedado engullida por el lodo.
A.Sandoval--LGdM