Criar vacas en medio de los combates en el este de Ucrania
Las 26 vacas que Oksana But, su hermana Liudmila y sus dos hijos alimentan en Bajmut, en el este de Ucrania, son a la vez una bendición y una maldición, a medida que se estrecha el cerco ruso sobre la región.
Por un lado, el ganado, que vive en la cima de una pequeña colina a pocos minutos en coche de la línea del frente, proporciona a esta mujer de 40 años leche y unos ingresos constantes. Pero por el otro, le impide abandonar su tierra para huir de los combates.
En el cielo, los misiles recuerdan que los rusos se acercan a su ciudad, a unos 55 kilómetros al sureste de Kramatorsk, la capital de facto de la parte del Donbás todavía bajo control de Kiev.
El hecho de que Oksana y su hermana hayan decidido quedarse tras casi tres meses de guerra muestra la confianza inquebrantable de los ucranianos en la capacidad de su ejército de ganar la guerra.
"Cuando una bomba explota cerca, tengo mucho miedo", admite sin embargo Oksana, mientras mira de reojo a su hija que juega con la cola de una vaca.
"¿Qué quieren que haga? Cada vaca implica horas de trabajo. No podemos abandonar todo, confiarlas a alguien y pasar a otra cosa", explica.
Pero la perseverancia de estas dos hermanas no es un camino de rosas.
El hecho de que Bajmut, que antes de la guerra tenía 77.000 habitantes, esté lo suficientemente cerca de la línea de frente atrajo a organismos humanitarios occidentales que se instalaron en la zona.
Pero su ubicación en medio de un valle complica la defensa en caso de ataque.
Los rusos ya están muy cerca, en una carretera que conduce a la periferia este de la ciudad.
En el pueblo de Pylypchatyn, decenas de casas de madera escondidas tras unas vallas a lo largo de un tranquilo río fueron destruidas.
En una de ellas, que no se derrumbó por completo, aún se pueden ver los restos de una comida en la mesa, como si sus habitantes hubieran tenido que salir corriendo.
- "Las vacas ignoran la guerra" -
En el cielo de Pylypchatyn, el azul queda atravesado por estelas blancas que dejan los misiles disparados por ambos bandos.
Sentado en una parada de autobús, un soldado, Viacheslav, observa este intercambio de ataques aéreos al lado de una anciana.
Ninguno de los dos parece especialmente afectado por la destrucción de este pueblo abandonado.
"Sabemos que los rusos están tratando de rodearnos. Pero créeme, estamos preparados", dice Vyacheslav, de 49 años.
"¿Realmente crees que todos los soldados aquí tienen la intención de ser tomados como prisioneros?", pregunta el militar.
A su lado, la anciana le da la razón y coloca con ternura una mano en el hombro del soldado. "No estoy preocupada", asegura Valentina Litvinova. "Los rusos nunca llegarán tan lejos", dice.
Las carreteras que llevan hacia el norte de Bajmut están cortadas. En ese camino se encuentra la chatarrería de estilo soviético de Natalia Puzanova.
La mujer de 58 años se habría unido probablemente a sus empleados que dejaron el pueblo de Pokrovské si los soldados ucranianos no hubieran llegado para abastecerse de calcetines y jabón.
"Todavía deben limpiarse y hacer la colada", explica. "Esto me permite al menos continuar trabajando".
Por la carretera, solo se escucha el rugido de los camiones que cargan con enormes tanques.
El tráfico en un único sentido de estos convoyes militares indica que los ucranianos todavía no están dispuestos a dejar las villas asediadas de Severodonetsk y Lysychansk, apenas 50 km al norte, escenario de feroces combates durante toda la guerra.
Este decorado bélico empieza a convertirse ya en rutina para Liudmila y sus vacas. "Ellas no huyen", bromea.
"Hace un mes que esto dura alrededor de nosotros, pero las vacas han empezado a ignorar la guerra".
A.Sandoval--LGdM