Caimanes de Rio de Janeiro, atacados por la contaminación urbana
Intrépido como el personaje de "Cocodrilo Dundee", el brasileño Ricardo Freitas captura un caimán al caer la noche con un lazo amarrado al extremo de un palo y lo sube a su pequeño bote de madera.
Sin temblar ante los afilados dientes del animal, el biólogo, de 44 años, lo sujeta por el hocico, que rodea con una cinta adhesiva negra para examinarlo sin riesgos.
El reptil de 1,5 metros anda por la laguna de Jacarepaguá, un vasto conjunto de vecindarios en el oeste de Rio de Janeiro, cuyo nombre significa "Valle de los Caimanes" en la lengua indígena tupí-guaraní.
Pero hace décadas que este lugar dejó de ser un valle bucólico con una exuberante vegetación tropical.
Alrededor de la laguna, en la que desembocan las aguas residuales de decenas de miles de habitantes, se han levantado cadenas de edificios residenciales.
El agua verdosa emana un olor pestilente. Frente al bote de Ricardo Freitas se pueden ver los altos edificios de la antigua villa olímpica para los Juegos Olímpicos de 2016.
El biólogo es categórico: esta expansión urbana y su consecuente contaminación han puesto al caimán de Jacarepaguá "en peligro de extinción".
- Preservativos en el estómago -
Según sus estimaciones, en la región habitan alrededor de 5.000 caimanes de la especie llamada "de hocico ancho", por su nombre científico Caiman Latirostris.
Los más grandes pueden superar los tres metros de longitud.
Pero el "Cocodrilo Dundee" de Rio ha identificado un problema importante: el 85% de los ejemplares que ha examinado recientemente son machos.
Un desequilibrio que, según él, se debe en gran medida a la contaminación de la laguna.
"Los caimanes ponen sus huevos en zonas muy contaminadas, donde la temperatura del agua es más alta, lo que favorece el nacimiento de los machos", explica.
"Son animales que dependen de la temperatura de incubación para la definición del sexo. En un agua a 29 o 30 grados tendríamos más hembras. Pero aquí el agua está mucho más caliente debido a los materiales en descomposición", lamenta el biólogo.
Junto con los caimanes, todo el ecosistema local está amenazado.
"Al estar en la cima de la cadena alimentaria, (el caimán) juega un papel vital en el mantenimiento del equilibrio de las especies. Sin este, la biodiversidad está totalmente comprometida", advierte el biólogo.
En más de veinte años de investigaciones en la laguna de Jacarepaguá realizadas por su ONG, Instituto Jacaré, este doctor en Ecología y miembro del colectivo internacional Crocodile Specialist Group UICN/SSC, ha capturado y registrado más de 1.000 caimanes en una base de datos.
En su bote los pesa, los mide y les toma una muestra de sus escamas.
Análisis de laboratorio permiten identificar niveles de contaminación de metales pesados, como plomo, cromo o mercurio.
Los lavados gástricos permiten identificar el contenido del estómago de los caimanes.
"Encontré todo tipo de residuos: bolsas de plástico, pedazos de latas, de globos y ¡hasta preservativos!", describe.
- Cara a cara con el caimán -
Debido a la expansión urbana, los espacios de hábitat natural de los caimanes son cada vez más reducidos.
Por ello, terminan concentrándose en zonas habitadas, donde encuentran comida más fácilmente.
Cerca de un puente de Terreirao, un barrio obrero situado a pocos kilómetros de la laguna, puede verse el hocico de uno de ellos, que emerge de una cubierta de desechos, entre un viejo muñeco desmembrado y un balón de fútbol reventado.
"Es triste verlos en medio de toda esta contaminación. Da un poco de miedo verlos tan cerca, pero casi nunca salen del agua", dice Regina Carvalho, una niñera, de 34 años.
Cuando el canal se desborda durante las lluvias torrenciales, los residentes pueden encontrarse cara a cara con un caimán en la calle.
Alex Ribeiro, que trabaja en una tienda de productos de limpieza en el barrio, asegura que "nunca" ha oído hablar de "ataques" de los reptiles.
"Aquí todo está abandonado, cañerías improvisadas conectan el canal con todas las casas de los alrededores. Podemos imaginar el nivel de contaminación al que están expuestos los caimanes", resume este comerciante, de 58 años.
G.Montoya--LGdM